… Hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar algo o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane.Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización…

Ira Byock
La mejor atención posible.

Leyendo este escrito, vinieron a mi cabeza múltiples escenas, variadísimas imágenes en donde millones de personas marcan en la vida de los demás, esa diferencia de la que habla el texto.

Porque lo que nos hace cada quien, es justamente lo que los otros nos han brindado y lo que nosotros hemos podido tomar de ello para hacerlo propio.

Es en ese «entre», en ese intercambio creador y no en las individualidades en donde surge lo nuevo, lo diferente, lo transformador.

Y cuando hablamos de vínculos que nos salvan, la amistad probablemente, aunque sea una vez, haya ocupado un lugar privilegiado.

En esas primeras amistades de la niñez que dejaron huellas en nuestros subsiguientes modos de estar con otros. En esa compañía imprescindible en la adolescencia que nos acompañó en el camino incierto en el cual nuestro mundo se volvía un poquito más grande. En esos amigos que son bocanada de aire fresco en la vorágine adulta donde a veces necesitamos una pausa para recordar quienes somos.

Se trata justamente de esas relaciones en las que si algunas variables se alinean, otra persona se acopla a nuestra vida para ayudarnos de alguna manera a que ésta sea, nada más ni nada menos, más vivible.

Parece sencillo, sí. Pero es vital. Como lo era la curación de la quebradura que mencionaba la autora.

El sabernos sujetos sujetados por otros que así lo eligen, es sanador.

La amistad cuando lo es, con su tiempo, con su presencia, con su mirada, con su palabra; es venda y muleta. Es medicina y refugio. Que rescata. Que salva… un poquito, cada día.

Sofia Plazza
Lic. Psicología
Mp 9347