Atravesabamos un invierno largo y agobiante, los virus respiratorios complicaban a los más chiquitos aumentando el número de internados en el hospital y llenaba la salas de espera de los consultorios. Las internaciones se prolongaban y los padres canalizaban su angustia en reclamos difíciles de resolver.

La falta de camas y el exceso de trabajo » pelaba los cables » de todos en el hospital, aumentando las discusiones y desencuentros.  Mientras caminaba hacia el consultorio iba victimizandome:»Esto no es vida» » ¿Vale la pena tanto esfuerzo?» » Al final todo lo que hago es trabajar » » ¿Por qué asumir responsabilidades tan grandes?   Al cruzar la sala de espera llena de chicos, los vi dibujando,  alguien había tenido la buena idea de darles hojas blancas y lápices de colores, la espera sería larga.  Mientras abría la puerta del consultorio, mi estado de ánimo sin control, había llegado a una conclusión:

«Tengo que buscarme otro trabajo”.

 

   Cada vez que me asomaba a la sala de espera para llamar al próximo paciente la veía a ella, con sus ocho años, tenía una mirada dulce y atenta pero era de pocas palabras, dibujaba muy concentrada arrodillada frente a la mesita baja de los chicos.  A veces salía y la veía mirando su dibujo como tratando de descifrar lo que le faltaba. 

Cuando le tocó el turno entró con su mamá al consultorio, venía a control de una neumonía que le había diagnosticado unos días antes, indicándole un antibiótico del que le aclaré era muy amargo pero que era necesario para curarse.  Su madre entró diciéndome que había mejorado mucho y que aunque no le gustaba, había tomado el medicamento puntualmente.  Cuando terminé el examen clínico comprobando que todo estaba bien y dando las indicaciones de como continuar, me despido de las dos en la puerta del consultorio, entonces ella se vuelve rápidamente, deja su dibujo sobre mi escritorio, y me dice:

«- Para vos » y se va. 

Tomé la hoja y me vi de su mano, bajo un colorido arco iris y muchos corazones flotando a nuestro alrededor, había escrito » Para mi doctora, que siempre quiero que sea mi doctora y no me importa que el remedio que me dio era feo»   Ése tierno dibujo, esas palabras cariñosas,dichas en un día como aquel, operaron como un bálsamo, me rescataron del pantano de la autocompasión y le devolvieron el sentido a lo que hacía, al esfuerzo cotidiano. Porque lo que nos salva del desgaste es el cariño y el reconocimiento agradecido. Volví a casa pensando:

 

» Bueno, todo pasa en esta vida y éste invierno también pasará »

Y comencé a repasar lo que tenía que hacer al día siguiente.

 

Silvia Beatriz Mercado

Medica especialista en pediatria

MP 18048

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