Estamos viviendo una época en la que la inclusión de la tecnología en nuestras vidas es cada vez mayor. Esto está haciendo progresivamente menos visibles las fronteras entre lo público y lo privado. En la actualidad, las redes sociales quieren saber, conocer cada aspecto de nuestras vidas, existe un imperativo en cada individuo, en mayor o menor medida, de compartirlo todo, de exhibirlo todo, quedando cada vez más relegado ese lugar más íntimo de nosotros.

Vivimos en un tiempo donde la felicidad tiene carácter obligatorio y la cotidianeidad de las personas se presenta como una acumulación de momentos y anécdotas que tienen que ser registrados inmediatamente por el celular para que se conviertan en verdaderos, bajo la omnipresencia de la mirada y un dar a ver permanente.

Cada vez nos definimos más a través de lo que es posible de exhibir y de lo que los otros pueden ver. En este contexto ¿Qué lugar queda para nuestro deseo? ¿Cuál es el lugar que le damos a ese deseo más íntimo e individual?