Una de las razones básicas por la que el niño comienza a hablar es que está rodeado de palabras. Este mundo de palabras es un mundo afectivo de palabras, su mamá habla con él. Le cuenta cosas: “ahora va a venir papá, le vamos a preparar la comida, ¿qué dices?; le preparamos una pasta o un bife”. El niño la mira. La gente que la ve le toma el pelo: “está loca”. ¡Cómo van a estar locas todas las madres que hablan con sus hijos como si fuera posible que ellos pudieran entender lo que dicen! Tienen razón las madres, porque el niño efectivamente escucha. No importa si entiende cada una de las palabras, entiende algo mucho más profundo, que su mamá está hablando con él. Y se da cuenta que a través de esa palabra pasa el amor de su mamá. Por esto un día retoma una de estas palabras que lo rodean e intenta decirla. Y en este momento los adultos hacen una cosa fundamental, lo acogen, lo festejan; ha pronunciado la primera palabra. Se le dice a los abuelos, se llama a los hermanos, es una fiesta de la familia; el niño habló. ¿Y cómo habló? Mal, como pudo. ¡Pero qué fiesta, qué satisfacción!

Cecilia Ordoñez
Lic. en fonoaudiología
MP: 8521