«La leyenda cuenta que se adoptó en honor a las 129 mujeres que murieron en una fábrica textil de Estados Unidos en 1908 cuando el empresario, ante la huelga de las trabajadoras, prendió fuego a la empresa con todas las mujeres dentro. Ésta es la versión más aceptada sobre los orígenes de la celebración del 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres. En esa misma leyenda se relata que las telas sobre las que estaban trabajando las obreras eran de color violeta. Las más poéticas aseguran que era el humo que salía de la fábrica, y se podía ver a kilómetros de distancia, el que tenía ese color.» (Nuria Varela, Feminismo para principiantes, 2005)
Concretamente en 1910, se desarrolló la segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en la capital danesa, Copenhague, donde se proclamó oficialmente el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en homenaje a las mujeres caídas en la huelga de 1908. Más cerca en el tiempo, en 1977, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) designó oficialmente el 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer.
Más de un siglo después la lucha por el reconocimiento y la organización del movimiento de mujeres y disidencias se extendió y organizó. Aún hoy, como dirían los de la Reforma del ´18, “los dolores que nos quedan, son las libertades que nos faltan”. Aún hoy, cientos de mujeres por año mueren en nuestro país en manos de la violencia machista, miles de mujeres disidentes no son reconocidas ante la sociedad sufriendo diversas formas de violencia, aún hoy miles de mujeres sufren en sus lugares de trabajo por el simple hecho de ser mujer, aún hoy miles de mujeres trans siguen sin conseguir trabajo.
Es por ello que aún hoy es necesario conmemorar y recordar nuestra historia, pero también, creo que puede ser un día de celebración de los derechos adquiridos y las libertades ganadas. Por un mundo más justo, igualitario y pacifico, en el que las mujeres podamos celebrar más y doler menos.
Camila Insausti
Lic. en Psicología
MP: 13672